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La invasión de las necrópolis flotantes

Al llegar a las tierras de la Peste nos encontramos un campamento improvisado frente a la Capilla de la Esperanza de la Luz. Allí el comandante Thomas Helleran coordinaba a los voluntarios de la Alianza recién llegados y preparaba una inminente ofensiva contra las necrópolis. Muy próximos a nosotros, al otro lado de la capilla, la Horda organizaba sus tropas. Una situación imposible de sostener de no ser por la intervención del Alba Argenta, que no dudó en castigar duramente cualquier enfrentamiento entre ambas facciones. Por increíble que pudiera parecer, éste era un frente que íbamos a combatir del mismo lado.

El Alba Argenta en la Capilla de la Esperanza de la Luz

—Las necrópolis flotantes de la Plaga están arrasando las tierras de la Horda y la Alianza por igual, desde Kalimdor hasta los Reinos del Este. Si queremos tener alguna posibilidad debemos olvidar nuestras diferencias y unir nuestras fuerzas. La Plaga está estableciendo pequeños puntos de escala en los lugares que ataca, mediante los cuales recaba información para las necrópolis que los sobrevuelan —dirigió su mirada a los recién llegados y prosiguió—. Por lo que sabemos, el único modo de erradicarlos es acabando con los ejércitos de tierra que rodean esos puntos.

Nuestro grupo liderado por el mismísimo comandante Thomas, era el encargado de localizar la necrópolis que azotaba las Tierras de la Peste, entre la Cicatriz Pestilente y el Cruce de Corin. Sería el primero de incesantes enfrentamientos contra la Plaga y serviría para medir nuestras fuerzas contra el asedio de las necrópolis. No teníamos información sobre el número de enemigos al que íbamos a enfrentarnos y tampoco sabíamos si nos transmitirán la terrible enfermedad que asolaba nuestros pueblos y ciudades.

Acólitos de la Plaga restauran el cristal

La necrópolis estaba muy próxima a la Capilla de la Esperanza de la Luz. Bajo el cementerio flotante había situadas unas columnas de cristal de gran tamaño custodiadas por ejércitos de la Plaga que a nuestra llegada advirtieron nuestra posición. Casi todos los hombres y mujeres que formábamos la ofensiva teneniamos el corazón encogido por los últimos acontecimientos. Muchos acababan de perder a sus seres más queridos y no habían tenido tiempo de llorarles con dignidad. La Plaga había infundido en nuestro ánimo un temor tan profundo que a algunos se les hacía imposible empuñar sus armas con templanza.

Acólito Sombra de Fatalidad

Había llegado el momento de combatir y el comandante Thomas no era ajeno al desánimo que sufrían sus hombres. Dio media vuelta a su caballo y recorrió con sus ojos el rostro de cada uno de nosotros intentando escudriñar si aquellos hombres y mujeres serían capaces de combatir con el coraje necesario. Alzó su mirada hacia la necrópolis, levantó su espada y con los ojos inyectados en sangre lanzó el grito de batalla que marcó el inicio del combate. —Soldados! Muerte a la Plaga!—. Al grito encolerizado del comandante Thomas le secundó un estruendo ensordecedor provocado por el choque de armas y escudos. Aquella acción renovó nuestro espíritu y generó la rabia suficiente para cargar contra el ejército de la Plaga sin pensar demasiado en las consecuencias o en nosotros mismos. No muy lejos de nuestra posición resonaban los cuernos de guerra de la Horda, no estábamos solos.

Un sobre manchado de sangre
Mi querida Emily, hace pocos días abandonamos el campamento en este lugar dejado de la mano de la Luz, siguiendo las órdenes del rey de regresar a casa. A pesar de lo inhóspito del paisaje, mi corazón estaba henchido de gozo, ya que sabía que tras el frío y penoso viaje hacia la costa y más allá, podría solazarme entre tus brazos. Hoy alcanzamos la costa y descubrimos que nuestros barcos, con los que íbamos a regresar, se habían convertido en cascajos quemados. No podemos irnos y no tenemos otra opción que internarnos en el corazón de esta abismal tierra baldía. He ido hasta el mismo fin del mundo para mantenerte a salvo, Emily… y ahora… desearía con todo mi corazón haberme quedado contigo en Lordaeron. Estás presente en cada momento de vigília. En esta tierra gélida, tú eres mi fuente de calor, mi amada, y nadie podrá quitarme eso. Maxwell.

Tras los primeros encontronazos y golpes de espada descubrimos con sorpresa que los zombies no eran portadores de la peste y su poder no era tan destructivo como habíamos temido. Nuestra ofensiva tenía éxito, estábamos atravesando sus defensas hacia el cristal que custodiaban dejando cientos de cadáveres bajo nuestros pies y esparcidos alrededor del cristal. Su ejército parecía ilimitado pero su capacidad defensiva dependía de la columna de cristal que protegían y con cada enemigo derrotado perdía intensidad, se debilitaba. La Horda realizaba un ataque similar frente a nosotros en dirección al cristal. Juntos combatimos intensamente hasta eliminar sus defensas. El cristal no tenía protección, parecía inerte, incapaz de realizar el trabajo para el cual había sido emplazado.

Una página hecha jirones
Samla, a medida que seguimos a Lord Arthas en dirección al norte, siempre hacia el norte, mi corazón se entristecía cada vez más. Si bien una vez estuvo tocado por la Luz, ahora siento la oscuridad del espíritu del joven paladín. Su celo está oscurecido por una inquietante y extraña pesadilla que inunda su alma, imposible de adivinar… Pronto avistaremos tierra en los gélidos páramos. Aunque muchos de sus hombres han enfermado por el frío y por las batallas con las pútridas bestias, Arthas nos comunicó que lo que está buscando en el hielo cambiará el sentido de la batalla. Pero sus palabras no me han tranquilizado, porque después de pronunciarlas… la macabra sonrisa que se dibujó en sus ondulados labios me provocó un escalofrío más profundo que el de cualquier ventisca.
Reza por nosotros Samla, y reza por nuestro mundo.
Torgal.

En ese instante, aparecieron a su alrededor cuatro acólitos de la Plaga iniciando un extraño ritual. El comandante Thomas Helleran nos advirtió que antes de destruir el cristal los acólitos descenderían de la necrópolis para repararlo. A las ordenes de nuestros líderes, tanto la Horda como la Alianza nos reagrupamos frente a frente a uno y otro lado del cristal para dar el golpe de gracia a nuestro ataque. Tuvimos que enfrentarnos a una de las criaturas más temidas del Rey Exánime, las Sombras de fatalidad y juntos, logramos frustrar temporalmente los maléficos planes de la Plaga en aquellas tierras. Al fin, la contienda había terminado. Sin aliento y exhaustos por el combate algunos soldados empezaron a derrumbarse. La ira necesaria para combatir empezaba a disiparse y la armadura se volvía más pesada; las armas se clavaban en el suelo por su propio peso. Mientras nos recuperábamos, Horda y Alianza olvidamos por un breve espacio de tiempo nuestras diferencias. Fue entonces cuando escuchamos una voz de ultratumba que provenía de la necrópolis.

—¡Es inútil que opongáis resistencia, gusanos! ¡Encontraréis la muerte de igual modo!

Una carta rota
Reuben, te escribo a sabiendas que quizás nunca leas esto. No puedo permanecer onmóvil escuchando los golpes contra los muros de la Vega del Amparo. Los no-muertos rodéan nuestra aldea y nos atacan constantemente. Tenemos que defender a nuestra gente hasta que lleguen los refuerzos. Me rompí la pierna durante el último ataque y aquí me ves, inútil y dejando una brecha en nuestras filas. No se escucha otro sonido que el de la batalla y la muerte. El miedo se huele en el aire. El príncipe Arthas está aquí, peleando en el frente con sus hombres. Si él no estuviese aquí ya hubiésemos muerto hace tiempo. Su amor por este territorio y su gente es abrumante. Sigo sus órdenes con esmero, con mi pierna rota o no, y por ello no puedo quedarme aquí. Tengo que ayudar con mi espada en el frente. Espero que estas palabras te lleguen en un mejor momento. Tu amigo, Leagrem.

La necrópolis desapareció ante nuestros ojos. Aquel mensaje no nos intimidó en absoluto, fuera quien fuera acabábamos de ganar una batalla y estábamos dispuestos a combatir con la misma intensidad todas las incursiones de la Plaga. Después supimos que gran parte de los ataques a las necrópolis secundados en otras tierras habían tenido el mismo éxito que nosotros.

Al regresar hacia el campamento atravesamos los cadáveres que habíamos dejado atrás durante el combate; el hedor de los cuerpos descompuestos era nauseabundo. Observando con detenimiento podía distinguirse lo que parecían sus vestimentas. Entre los despojos descubrimos objetos personales y cartas que entregamos en la Capilla de la Esperanza de la Luz para intentar averiguar algo más sobre el origen de aquellos soldados.

—Qué trágico —comentó el agente del Alba Argenta—. Las cartas de despedida de los soldados a sus seres queridos nunca llegaron a su destino. Estas cartas tienen muchos años; puede que sus destinatarios ya no vivan. Pero no perdamos la esperanza; quizás pueda localizar a sus familias. Gracias por traerlo Banthar, estas cartas aún pueden brindar algún consuelo.

Condolido por los golpes, me recoste a descansar sobre el tronco sin vida de un arbol próximo a la capilla y lei algunas de aquellas cartas hasta quedarme dormido.


Publicado por Banthar en World of Warcraft el 31 octubre 2008.

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2 Comentarios

 1 
Atrani (3-11-2008 )

Muy buenas las screens :D yo de ti vigilaría de no quedarme dormido por ahí cerca. Esas cartas son, en realidad, acogidas con un amistoso refrigerio que espero te sirva para paliar esas heridas :>

 2 
Aridiel (4-11-2008 )

Jum io he ido a los sitios donde te dice el Guardián de los Pergaminos pero no encuentro a los que nombra T_T que tronca soy…

PD: Ocho días Banthar, ocho días!! ese reloj me ta matando xD

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